Decimocuarto prólogo en disenso
El 28 de junio de 1914, un joven nacionalista serbio, Gavrilo Princip comete un acto que cambió la historia del mundo; el asesinato del archiduque de Austria, Francisco Fernando, y de su esposa, en la ciudad de Sarajevo. El Imperio Austro-húngaro ve en el atentado un deseo expansionista de la nación Serbia, y por ende una amenaza al Imperio. Se declara la guerra al país eslavo, lo que trae como consecuencia el apoyo incondicional de Alemania y la confrontación inmediata con Rusia, aliado de los Serbios. El káiser Guillermo II invade Luxemburgo. Como Francia es aliada del Zar Nicolás II, los prusianos le declaran la guerra, y bajo esta causa invaden Bélgica y el norte del país de los galos. En nombre de la defensa de las colonias de los involucrados se enrola a los colonizados, como africanos, hindúes, canadienses u orientales, y se atacan las conquistas de otros. Nace de este modo un conflicto sin precedentes, en donde entran en juego casi todas las naciones del mundo. Tanto en los discursos de los emperadores de Alemania y Austria como en los de presidentes, zares y reyes de los aliados, se exalta y maneja la idea de “la defensa de la Nación y sus intereses”. Con este discurso se concibe al contrario como “un mal”: el mal encarnado en otros imperios, repúblicas o monarquías que atentan y ponen en peligro el bien colectivo, la historia y la razón de ser de un país, y por ello “ese mal” debe ser erradicado. La filosofía de Hegel planteada en su libro “La razón en la Historia” está omnipresente en los discursos políticos que justifican y promueven la guerra, lo que se trasluce en el objetivo alemán y austríaco de emancipación colonial –verdadero motivo de sus deseos bélicos− para mayor beneficio del país, en nombre del crecimiento industrial, mejora económica y extensión de territorio a favor de una cultura y raza especifica.
Empero, la idea del Otro como “mal” que atenta contra la Nación se convierte, durante la masacre, en un mal endémico de la muerte, en el
mal de la destrucción de pueblos, de campos, en el mal del hambre, de las enfermedades, de la locura y del genocidio. Es en la Primera Guerra que nacen las armas químicas, el avance tecnológico que crea bombas que matan la mayor cantidad posible de personas, que se inventan las máscaras de gas, las granadas, los tanques, que se hace más sofisticada la artillería. Es la guerra de trincheras; 600 kilómetros de hoyos. En la guerra, en nombre de la razón y contra el mal “que nos persigue y amenaza”, se cometió el genocidio de un millón de armenios y de más de ocho millones de soldados y civiles.
Tras el conflicto surge un cambio de orden en el mundo. No sólo se da la desaparición o fragmentación de grandes imperios; surgen, como respuesta al mal de la pobreza, de la muerte y de la crisis económica, el comunismo dictatorial de Lenin, el fascismo en Italia, en la ultra-derecha alemana comienza a gestarse la nacional socialista, es la revolución mexicana, se vuelve más presente y fatal el Ku Klux Klan en Estados Unidos, y a Canadá, nuestro país, gracias a la toma de Vimy, vital para la futura victoria de los aliados, se le ve ahora en el mundo como a una nación autónoma y de suma importancia. Es uno de los inicios de la identidad nacional.
En el arte, la literatura y las ciencias sociales, el trauma del conflicto dio pie a una explosión de nuevas ideas sobre la razón, la idea del ser humano y del mal. Es precisamente en los dos polos del conflicto, por un lado Francia y Estados Unidos, por el otro tudescos y germanos, donde se gesta y produce lo más vital e importante de este fenómeno. En Austria y Alemania leemos a filósofos como Theodor Adorno, crítico de la razón como la entendió el Siglo de las Luces y Hegel, por ver en esta noción un medio de totalización e instrumentalización política. El otro gran filósofo fue Walter Benjamin, quien propone que la Historia no es lineal ni debe ser entendida como algo teleológico, conceptos que fueron usados al origen del genocidio. Aparece Freud con la idea de que el mal es la represión del inconsciente y Carl Jung nos acerca lo metafísico, tan negado por el materialismo histórico e industrial. Asistimos al arte del Bauhaus, como búsqueda de una expresión internacional que busca romper con el arte nacional en la arquitectura, el diseño, la pintura y la fotografía. Alban Berg escribe, defiende y está a la cabeza de la Segunda Escuela de Viena, en donde se crea un nuevo estilo: el “polifónico” o “atonal”, opuesto a lo unívoco, lineal y “convencional” de la música clásica precedente. Es la consolidación de la música contemporánea con músicos como Bártok, Schönberg, Mahler, Stravinsky, Debussy o Erik Satie. En Rumania nace el dadaísmo, arte y cultura en oposición a lo bélico, y arte de gozar el presente en toda libertad. Del otro polo, en Francia, es el París de los años veinte, los años locos. Comienzan los movimientos de liberación femenina, la afirmación de la sexualidad como modo de obtener la felicidad y “el bien”, el exceso de bailes nocturnos con el fox trot, el jazz, el music hall, llegados de Estados Unidos, el tango de Argentina, como música de afirmación del cuerpo y el gozo contra lo conservador, la veneración de banderas, los héroes de guerra y los himnos nacionales.
Cientos de artistas y escritores de todo el mundo viven en Montparnasse y Montmartre. Asistimos a uno de los movimientos artísticos más ricos de la historia occidental. Picasso, Dalí, Buñuel, Joan Miró, Steinbeck, Scott Fitzgerald, John Dos Passos, Modigliani, Cocteau, James Joyce, Apollinaire, son algunos de los nombres más conocidos de esta época de la postguerra. Contra la razón de Estado, contra la razón tal y como lo preconiza el Siglo de las Luces y Hegel, y contra el arte nacido de estas ideologías, vistas como un mal, el origen de los males causados en la guerra, explotan así las vanguardias como el creacionismo, el ultraísmo, expresado por los poetas españoles y latinoamericanos; vemos a la generación del 27, en España, con poetas de la talla de García Lorca y Alberti, se da el expresionismo como mirada melancólica sobre la decadencia de la humanidad, el surrealismo cuestiona la idea de la razón de Kant y Hegel y su idea de la objetividad y la necesidad de dominio sobre la naturaleza. Se da así una búsqueda del inconsciente, nace el cubismo, es el auge del cine americano exportado a Francia: la imaginación y la evasión son necesidades humanas, no sólo el trabajo abnegado y forzoso, en nombre del bien económico de una nación. Es el auge del cine pornográfico francés, como rompimiento “de las buenas costumbres de una sociedad sana,” se exalta la foto erótica. En América Latina es el inicio de los grandes movimientos antieuropeos o que intentan romper con la dependencia de Europa, a la que se ve, tras la guerra, como algo decadente. Con el hispanoamericanismo o el indigenismo asistimos al arte de Frida Khalo, de los muralistas Diego Rivera, Siqueiros, José Clemente Orozco, los cuales influyeron en todo el continente. De hecho, como sabemos, el surrealismo se gesta y va de la mano con la visita de André Breton a México. En América Latina surgen poetas de vanguardia que cambiaron para siempre nuestras letras y de los que conservamos gran influencia: Juana de Ibarbourou en Uruguay, César Vallejo en Perú, Vicente Huidobro y Pablo Neruda de Chile, por sólo citar algunos.
1914, 2014, para este número de los Apóstoles hemos pedido a autores y autoras de todos los orígenes, en Canadá, que contribuyan con alguna reflexión, cuento o poema sobre la idea del mal dentro de todo este contexto. ¿Qué impacto nos ha dejado este momento histórico? Por lo pronto, a algo tan complejo y rico, éstas han sido las enormes y ricas respuestas. Buena lectura.
Ángel Mota Berriozábal
Montreal, agosto de 2014.