Nóveno prólogo en disenso
Escribir a escondidas, escribir desde adentro, escribir viviendo en la omnipresencia de una lengua extranjera que nos roba el espacio mismo de encontrarnos con la escritura, en ésa, nuestra lengua, fue uno de los grandes combates del escritor sefardita Elías Canetti. Y no está de más refrendar esa sensación para presentar este nuevo número de The Apostles Review. Una publicación casi a escondidas, apócrifa, como los Evangelios, que no ha despertado el interés de las instancias de poder, de los escritores quebequenses mismos, de esa doxa que decide cuáles son los libros a tomar en cuenta o dignos de ser reconocidos. San Judas es el santo de la revista, como San Judas tiene su Evangelio, apócrifo, el traidor en la mesa de la Flor de Lis.
Sí, The Apostles es la revista que se ha presentado en el seno de una lengua ajena como una necesidad en donde ya no se piensa, no se combate, simplemente se hace. De ahí que cada uno de los autores de este número, como lo han sido los anteriores, se integra en lo que Gilles Deleuze denominaría Une littérature mineure. La literatura menor, para el filósofo francés, es la de Franz Kafka, escritor alemán en Praga, quien desterritorializó el lenguaje; el alemán, para darle tierra y asilo en un ambiente checo, y así, con ese lengua creó historias en donde se buscan varias entradas para ingresar a un Castillo, varios modos de escapar a un Proceso, en donde no hay una línea a seguir, sino muchas vertientes, diversas líneas de fuga −las llama Deleuze− forjadas en la incógnita del futuro. Sí, la fuga de ser encasillado como “el étnico”, y se abren varias puertas del lenguaje, de la memoria, de la experiencia y no sólo aquélla de la literatura nacional del Quebec o de Canadá. Cada uno de los autores aquí presentes, de estilos, procedencias e intereses tan dispares, se inscriben como esos personajes de la Metamorfosis, del Proceso, del Castillo, como una metamorfosis de sí mismos, para hacer lo propio, para inventar lo suyo, para reinventarse a sí mismos.
La lengua, nuestra lengua española y nuestra literatura ya no deben depender de la autorización ni del reconocimiento de la literatura “mayor” o nacional, como la quebequense o canadiense. Deben entenderse a sí mismas, como caballo de Troya, como un personaje que encuentra un puerta cerrada y no sabe quién está del otro lado, o quién es el dueño del castillo, del poder de las letras. Tal vez, a causa de nuestra lengua, tendremos poco o efímero acceso a ese círculo literario y eso es algo que se debe trascender: no se debe aspirar a un círculo cuando se es línea, líneas de huida, vertientes que pueden acomodarse en cualquier sitio, que son libres; libres del acomodo social, des accommodements raisonnables. Las historias correen, las historias se hacen y con ellas se forja Nuestra Literatura; Nuestra Vida, el español desterritorializado, sacado de su contexto. De ahí que se le deba dar su justo valor, por integrarse, encajarse en la alteridad, siendo el otro, hacia el Otro, pero autosuficiente.
Ángel Mota Berriozábal
Montreal, diciembre de 2011